AL BLOG DE JUAN POZO
Ligero de cuerpo y equipaje pero denso de pensamiento, de pachucha complexión y maduro carácter, hecho de humanidad profunda y estrecha amistad, curtido en el recio compromiso social, lidiador de tinto y grana durante un tiempo, de café y humo durante siempre, conversador tan empedernido como prolijo en amistades y experiencias, elegante como un junco, generoso aunque no tenga nada.
Su agitada, ajetreada y laboriosa vida hasta que cumplió los 50, debió dejarle dormidas en un rincón muchas de las cualidades innatas con las que, seguro nació a la luz de una madre amantísima y de un padre apasionado por el arte, que paliaba el hambre haciendo cartelones anunciadores de películas.
Si en otros tiempos quiso comer y beberse la vida, ahora, desde que hace ya más de una década abandonara los vidriosos desiertos amarillos, se quiere hartar, con la misma pasión y obsesión, de arte: de literatura leída y escrita; de expresión plástica, sobre todo: de su observación y aprendizaje, de su creación.
No es extraño que, cuando otros ya estamos tan de regreso de tanto que es de casi todo, Juan esté empezando en mucho: el “pozo” que nació, y que ha ido y va llenándose, está ya tan colmado que por su brocal empieza a desbordarse y desaguándose en rebabas de arte: poemas, artículos y novelas unas veces; collage, monotipos, dibujo y pintura casi siempre. Y lo mismo que antes se sometió a las reglas de lo que le dio su sacrosanta gana en un homenaje a su sed, a la intuición y al autodidactismo, ahora no le importa ejercitar las alas de su libertad sometiéndolas a la gimnasia de la academia. Cuando la potencia de lo innato se afianza en el punto de apoyo de lo académico, una de dos: o se estrella hasta inmolarse o se crece hasta multiplicarse haciéndose liviana cualquier resistencia. Esta es, creo, la opción que ha tomado Juan Pozo, a la que parece ser que ha decidido dedicar el resto de su jubilación.
Por eso creo que, como en las jóvenes esperanzas que ya se han probado y templado en las plazas más duras, Pozo puede ser una fuerte y segura promesa en las artes plásticas. ¿Acaso no lo atestiguan ya sus dibujos del natural donde sus pocas y rápidas líneas contienen la densidad y el futuro de un buen poema o de un intenso microrrelato?
Lo más importante de Juan es que son tales y tantas las riquezas (y las miserias) acumuladas, son tan intensas las emociones por donde ha discurrido y descarriado el motor de su vida, que tal bagaje de vivencias, tal caudal, no tiene más remedio que, encontrados los resquicios de la expresión, escaparse por los huertos y parcelas donde el arte da sus mejores frutos.
Ya irá, a no mucho tardar, vistiendo de libertad los perfiles y las pieles desnudas de sus modelos; ya les irá dotando del movimiento y la vida que les haga salir de la “universidad” para entregarlos al universo. Ya encontrará paisajes y entornos que sembrar.
Si es verdad -y lo es- que al artista la inspiración le ha de sobrevenir trabajando, lo tenemos claro: como los buenos toreros, Juan no le pierde la vista al estímulo, tiene siempre la paleta desplegada y el pincel dispuesto a reflejarlo en cuales sean los diferentes ruedos y soportes donde recrear esas faenas que ya están en su cabeza. En Juan puede ocurrir, como en otras ocasiones, el milagro: que el círculo se haga cuadro.
José Román Grima
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